A veces la vida nos aplasta todo lo que habíamos construido durante un largo tiempo. A veces la destrucción es necesaria para volver a crecer.
Tras haber creado mi propia coraza gris, fue la vida misma la que me la arrebató en un segundo para dejarme en carne viva. Tejido que llevaba tiempo escondido, esperando su momento para brillar como un diamante, para doler como una brasa, para comenzar a arder con la mínima chispa que se le acercase. Tejido vivo, sintiente y colorido.
Dejé atrás la monotonía sombría para adentrarme en una nueva realidad policromática, llena de pasiones y de penas. Una nueva existencia, trágica pero a la vez esperanzadora. Un aire nuevo que inundaba mis pulmones, coloreando todo aquello que había permanecido inerte durante este tiempo.
Me he convertido en un arcoiris danzante, que exhibe sus colores como trofeos, agarrándose a cada tonalidad distinta, abrazando cada nuevo contraste.
Hay días que soy un poco más roja, llena de pasión y de dolor, de placer y de sentimiento, y me revuelco en mis propias heridas, regodeándome en las cicatrices que en el pasado sangraron y ahora marcan mi presente.
Otros días me metamorfoseo en un ente azul, pálido y calmado, que contempla pacientemente la belleza de los demás colores que le acompañan en su círculo vital. Un ente que se contenta con la reflexión y el sosiego, con la tranquilidad de una mente agitada por la incertidumbre sobre el futuro y el más allá, sobre lo justo y sobre lo bueno.
Los días más especiales, soy morada, y abrazo a todas mis hermanas. Me reafirmo en su compañía y en nuestra lucha continua y sin descanso, intentando saborear los pequeños destellos de libertad que nos reserva la vida en combate.
Incluso hay días que me permito recordar y ser naranja, intentando rescatar recuerdos que un día fueron rojos pero ahora han perdido brillo. Hace tiempo pensaba que yo era el verde que complementaba su ser, pero hoy estoy segura de que ambas llevamos la rueda entera dentro de nosotras.
No sé en qué momento volví a llenar mi paleta y comencé a dar nuevos trazos llenos de vida para recuperar el lienzo de mis emociones. Todavía estoy intentando encontrar la gama que mejor le va a mi cuadro, pero en el fondo sé que lo que realmente lo hará valioso es su diversidad y su intensidad, por lo que no descarto ninguna combinación por ahora, por descabellada que parezca.
Sé que algún día me quedaré sin pinceles, y otros intentarán pintar sobre mi recuerdo, pero lo que importa de esta obra no es su resultado, sino el proceso en el que fue construida. A veces hace falta parar y borrar de ella las partes que la empeoran, por muy bonitas que fuesen en su momento.
Pero por encima de todo, hay que aprender a acoger dentro de ella cualquier idea alocada, cualquier sentimiento repentino e inesperado que nos empuje a dibujar formas nuevas. Todas y cada una de ellas nos conforman a cada una como creadoras de nuestra obra, nuestra existencia, y todas deben tener su sitio. Aunque muchas veces nos asusten, hasta los tonos más oscuros forman parte de nuestro ser. Debemos darle su espacio en nuestro retrato, para poder ser capaces de manejarlos de la forma correcta.
Y sí, el gris sigue dentro de mí, pero sólo como una pieza más de todas las que me hacen lo que soy, y no me da miedo escupir nuevos tintes sobre mi ser, sobre mis nuevos ropajes coloreados.