Veo, las ramas brotar de mí como nuevas ráfagas de viento que me llenan y purifican.
Abrazo, las gotas de lluvia y dejo que me sanen, mientras penetran mi corteza y enriquecen mis raíces.
Crezco, al mismo tiempo que la fauna de mi cabeza se despierta de su largo letargo y comienza a rugir de nuevo.
Me levanto, sobre la bruma que cubrió mi bosque tanto tiempo, y por fin, puedo ver más allá.
Camino, siempre sola y siempre acompañada, junto a la jauría que conforma mi manada.
Aúllo, sintiendo el picor del aire que me quema, cuando me dejo la voz por las mías que ya no pueden gritar.