sábado, 14 de noviembre de 2015

Sigo sin poder comprender cómo en nuestra propia naturaleza está implicita la crueldad.
¿No nos hemos matado ya lo suficiente unos a otros como para haber aprendido la lección?
Todos somos cómplices de que esto siga ocurriendo.
No podemos negar la realidad y hacernos los locos cuando mueren miles de personas al otro lado del mundo, muchas veces con nuestro apoyo económico, y encolerizarnos solo cuando las barbaridades llegan aquí.
¿No somos todos iguales? ¿No tenemos todos el mismo derecho a vivir en unas condiciones HUMANAS?
Sigo sin poder encontrar una solución al problema que no nos involucre a todos, como individuos que forman parte de un colectivo enorme, en este caso la humanidad.
Hoy he oído llorar a un padre mientras sostenía los cuerpos inertes de sus dos hijas pequeñas, y me he sentido culpable. Culpable de escribir que "Todos somos París" pero de no hacerlo con los sirios, los ucranianos o los mexicanos. Por no llorar por todos cuando mueran. Por no luchar porque no seamos nosotros quienes les matemos.
Los sirios merecen ser llorados igual que los franceses.
Los musulmanes son igual de víctimas que nosotros.
En la tierra se da una enfermedad actualmente muy difícil de curar, la indiferencia. Esta mata más que ninguna otra, y nos llevará a una catástrofe segura.
No hay Dios que la pare, ni hombre solo que la empiece.
Todos debemos abrir los ojos y darnos cuenta de qué está pasando ahí fuera, a unos miles de kilómetros de nuestro Mundo Occidental.
Dejemos de protestar por quienes viven dentro de nuestras fronteras, y protestemos por los nuestros, todos los seres humanos.






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