miércoles, 23 de noviembre de 2016

Gris.

El gris llegó a mí al mismo tiempo que llegó al ambiente, cubriendo los cielos con su monotonía, su tristeza y su frío.
El gris es un color ambiguo, insignificante, olvidado en nuestras mentes por no destacar ni por su bondad ni por su maldad.
Yo soy el gris. El gris ha absorbido mi ser, mi vida, mi personalidad, mi imagen.
El gris ha suplantado mi identidad, chupando lo que quedaba del arcoiris dentro de mí, llevándose consigo las emociones coloridas, los estados de ánimos brillantes y los sentimientos luminosos.
No sé cómo escapar de la enfermedad del vacío, de la incertidumbre, de la nula espontaneidad, del inmovilismo, del conformismo.
La desesperación es lo único que siento con intensidad, y está causada por la falta de esta en los demás aspectos de mi vida.
Encerrada en mi propia mente, me siento un técnico intentado desliar los cables y arreglar las conexiones, con la esperanza de que el circuito vuelva a funcionar con fuerza, pero todos los cables son grises y ya no sé cómo diferenciarlos para cruzar los correctos.
Vomito palabras y reacciones involuntariamente, espasmos repentinos que no son más que un mero recuerdo. Un  reflejo aprendido hace mucho tiempo que me hace pasar desapercibida entre la gente de colores, que aún no ha reconocido mis comportamientos de autómata de hierro.
Soy una sombra que se mueve a plena luz del día, intentando mantener la imagen con caretas policromadas que no son más que una farsa que he creado yo misma para evitar la preocupación de mi entorno.
Busco en mi paleta nuevas combinaciones, juegos de color que hagan parecer que sigo siendo yo, y no el gris que se ha apoderado de mis entrañas. Dibujo mi persona como un artista que vive de los encargos, que no pinta lo que sale de él mismo, pero yo lo hago simplemente porque de mí ya no sale nada.
El gris ha tomado mi cuerpo como un parásito, que no atiende a razones ni a antibióticos, y que parece haber venido para quedarse. Estoy decidida a hacerle sudar, aunque no me queda claro si esto es él haciéndose más fuerte en mí, o soy yo escupiendo el último reducto tintado de mi mente.

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