No sé si tengo la fuerza suficiente como para armar las palabras con sentido. En mí apenas queda voluntad como para levantarme de la cama.
Ya no hay rastro de la Marina que fui. No hay pasión, no hay impulso por vivir. No siendo nada más que vacío.
¿Dónde se quedó mi alegría? ¿Dónde está aquel pecho que palpitaba con fuerza?
Estas manos no pueden sostener tanta tristeza.
Este cuerpo no es capaz de soportar la náusea.
Me encuentro luchando contra un nuevo monstruo, ya no es gris, sino negro como el carbón. Le arrebata la vida a todo lo que toca y temo que a mí me ha dado de lleno.
No queda luz capaz de despertar lo poco que hay en mí en este invierno interminable. Ya no explotan las farolas ante mis ojos, ya no enmudecen los coches cuando paseo ni cantan los pájaros cuando paso a su lado.
Todo es ruido y destello. ¿A dónde habrán ido a parar las luces y la música de esta ciudad mugrienta?
Sólo queda asfalto, dolor, máquinas y gentes de mentira.
No hay hueco para el amor, para la emoción ni para la esperanza.
La única manera de escapar de este mundo de cemento es hacerlo estallar.
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